El siguiente escrito tiene como única 
finalidad dar visibilidad a la situación de estrés y desasosiego a la 
que estamos sometidos los docentes que, como siempre, somos el eslabón 
ignorado por las distintas administraciones educativas, ignorándose que 
también somos familias.
Ante la situación creada a partir del confinamiento decretado por la 
expansión del COVID-19 expresamos, como docentes y como padres, que la 
situación a la que nos somete la Administración (Delegación, Consejería 
de Educación de Andalucía) a través de los centros educativos es 
estresante y asfixiante. 
Parece que se nos olvida que vivimos CONFINADOS, TODOS, también los 
profesores. Se ignora que no todo el profesorado posee los medios 
suficientes para teletrabajar, medios mecánicos que, en ningún caso, han
 sido ofrecidos desde la Consejería de Educación. En muchos casos, como 
en otros tantos hogares, sólo disponemos de un ordenador en casa para 
cuatro personas (nadie ha venido a pagarnos los gastos de tinta por la 
ingente cantidad de tareas que reciben nuestros hijos, ni a darnos 
medios informáticos para los docentes para poder afrontar el 
teletrabajo) y no podemos levantarnos simplemente a trabajar, como si la
 rutina antes de la eclosión del COVID-19 se pudiera mantener. Hay que 
poner el desayuno a nuestros hijos, recoger, limpiar, hacer la comida 
(muchos de nuestros hijos comían diariamente en comedor, ahora se ha de 
hacer esta función, que requiere de tiempo), intentar crear una rutina, 
acompañar y estar presentes con los hijos, especialmente los más 
pequeños, que no comprenden bien esta incertidumbre y que son más 
dependientes de los adultos. También hemos de atender a la otra parte 
más vulnerable de la familia, los ancianos, a los que hay que hacerle 
los recados, llamarlos y escucharlos, pues son quienes más se resienten 
de su soledad. 
Además, si se ha de salir a comprar (para nosotros o nuestros 
mayores) se pierde mucho más tiempo del habitual, hay que ayudar a las 
niños con su tarea escolar, estar pendiente de los correos, de Séneca, 
de Pasen, crear tarea para los alumnos, resolver sus dudas, hablar con 
los padres, corregir y, para colmo, rellenar continuamente papeles que 
justifiquen nuestro trabajo, para el que, paradójicamente (o no tanto, 
pues en la docencia actual esto es ya lo que importa: decir lo que se 
hace, en vez de hacer realmente), empleamos más tiempo que en nuestro 
trabajo en sí de docente. Pongamos un ejemplo muy sencillo: si un 
albañil, que ha de trabajar ocho horas diarias, tiene que hacer un 
informe justificando y explicando qué ha hecho durante la semana, o 
termina trabajando más horas de las acordadas, o trabaja menos horas 
construyendo, que es su función principal, para perderlas justificando 
su labor.
¿Para qué tanta fiscalización de aquello que realmente hacemos con 
nuestra mejor voluntad? Obviamente, porque la desconfianza hacia el 
profesorado es perpetua. ¿Por qué tenemos que trabajar a todas horas, 
fuera de nuestro teórico horario, ahora que incluso disponemos de menos 
tiempo de calidad para hacerlo? ¿Acaso los docentes no somos también 
padres y nuestros hijos no son alumnos? No hay tiempo, ni medios, ni 
preparación (no porque seamos dinosaurios o no queramos formarnos, como 
tanto gusta difamar a ciertos políticos o medios de comunicación, sino 
porque así la culpa nunca recae sobre las distintas administraciones); 
y, sencillamente, no los hay porque nuestro trabajo es PRESENCIAL. La 
Educación Infantil, Primaria (incluyendo a alumnos NEAE, de Aulas 
Específicas y Centros Específicos), Secundaria y postobligatoria (Ciclos
 Formativos y Bachillerato) está ideada para ser presencial. Entre otras
 cosas, porque nuestro alumnado es menor de edad; no tiene madurez, 
estrategias o capacidad suficientes para la docencia no presencial. Y no
 pueden quedarse en casa solos mientras los padres trabajan.  Sin 
embargo, parece no importar qué ocurre con los hijos de los docentes, 
abandonados a lo que puedan idear solos, sin nuestra supervisión, 
mientras sus padres profesores educan a los hijos de otros. 
La comunidad educativa debe plantearse seriamente que este no es el 
camino. No pasa nada si dejamos que todo se normalice, sin más. Para las
 familias suponemos una carga añadida. Sí, una carga, no una ayuda. Los 
profesores comenzamos a ser odiados entre los padres (el objetivo  
siempre fue que nosotros estuviésemos en el centro de la diana). Les 
sometemos a más estrés del que ya poseen. Los padres y los alumnos ya 
viven con demasiada angustia esta situación (falta de recursos 
económicos, enfermedad, aislamiento, incertidumbre, inseguridad, etc.) 
para que nosotros la acrecentemos con exigencias académicas para los que
 NINGUNO estábamos preparados: ni los profesores ni los alumnos, que 
están acostumbrados a la enseñanza presencial y no tienen madurez o 
recursos para aprender aún de esta manera (de hecho, la teleformación 
solo era aplicable a adultos hasta ahora). 
No podemos tampoco hacer sentir a los padres culpables por no poder 
ayudar a sus hijos o no disponer tiempo o de medios (falta de 
ordenadores, de Internet, de recursos intelectuales…) ni someter a los 
adolescentes o niños a más presión de la que ya sufren por llevar un mes
 confinados, aislados de sus iguales, de su entorno y privados de la 
libertad de movimientos que requieren a esa edad. El desgaste emocional 
que sufren ya es más que suficiente.  
Y lo que les queda. Nos queda. Porque no se nos está hablando claro 
desde Consejería de Educación, de la que apenas hay directrices claras. 
Si no se va a volver a asistir a clase durante este curso académico (en 
las Universidades sí se está dando ya esa información), padres, alumnos y
 docentes tenemos derecho a conocer ya esa decisión. No sabemos qué 
circunstancia hay en cada casa como para añadir una presión académica 
que, además, no va a poder ser tenida en cuenta negativamente, pues ello
 no sería justo.  Ni siquiera tenemos la certeza (oficial y moral) de si
 debemos proseguir con el temario o solo reforzar lo ya dado. 
Las necesidades de todos deben ser ahora otras. No podemos seguir 
trabajando desde casa -profesores y alumnos- como si todo fuese igual, 
pero desde casa, porque evidentemente no lo es. Porque nada en esta 
situación se puede considerar como normal. Y cuanto antes lo asumamos, 
mejor para el bienestar emocional de todos.
Por último, no debemos obviar que el objetivo primordial de la 
escuela pública es amortiguar la desigualdad social, no aumentarla. La 
situación actual no solo no lo hace, sino que la amplifica. Como mínimo,
 un 15% del alumnado no responde ni interactúa con este modo telemático 
de la escuela actual. En cambio, aquellos alumnos que dispongan de más y
 mejores medios informáticos, o de padres con mayor cualificación 
académica e intelectual, se verán beneficiados. Como siempre. Por tanto,
 la excusa de que esto se hace para que los más vulnerables no se queden
 atrás es una falacia. Al contrario, esta situación solo hará que, a la 
vuelta en septiembre (o cuando esta se produzca), la diferencia entre 
los alumnos afortunadamente más favorecidos y los más vulnerables se 
haya acrecentado.
Por tanto, creemos, como docentes y como padres, que se debe dar una 
resolución definitiva a esta situación que solo nos somete a un estrés 
innecesario en un contexto de máxima incertidumbre; que debemos conocer 
ya cuáles van a ser las decisiones que van a tomar las distintas 
administraciones y, a ser posible, escuchar la voz real de docentes y 
padres, no aquellas que aparecen en prensa o manifiestan los políticos 
hablando, supuestamente, en nuestro nombre: en el nombre del eslabón 
básico de la Educación, el profesorado, que una vez más es ninguneado e 
ignorado por Inspecciones, Delegaciones, Consejerías y Ministerio de 
Educación.
P.S.: Después de la comparecencia de la Ministra de Educación, queda 
claro que se va a promover la promoción de casi todo el alumnado, pero 
no en qué condiciones. No sabemos qué ocurrirá con la convocatoria 
extraordinaria de septiembre ni, por supuesto, si va a relajar la carga 
burocrática sobre el profesorado, al que la propia ministra apenas ha 
mencionado en una sola ocasión. Otra demostración fehaciente de que 
somos ninguneados por un sistema para el que somos invisibles, a pesar 
de que lo mantenemos en pie nosotros, desde casa o desde las aulas. 
Desde siempre.
Atentamente,
No hay comentarios:
Publicar un comentario