sábado, 18 de abril de 2020

Carta abierta de un profesor de secundaria confinado

El siguiente escrito tiene como única finalidad dar visibilidad a la situación de estrés y desasosiego a la que estamos sometidos los docentes que, como siempre, somos el eslabón ignorado por las distintas administraciones educativas, ignorándose que también somos familias.


Ante la situación creada a partir del confinamiento decretado por la expansión del COVID-19 expresamos, como docentes y como padres, que la situación a la que nos somete la Administración (Delegación, Consejería de Educación de Andalucía) a través de los centros educativos es estresante y asfixiante.
Parece que se nos olvida que vivimos CONFINADOS, TODOS, también los profesores. Se ignora que no todo el profesorado posee los medios suficientes para teletrabajar, medios mecánicos que, en ningún caso, han sido ofrecidos desde la Consejería de Educación. En muchos casos, como en otros tantos hogares, sólo disponemos de un ordenador en casa para cuatro personas (nadie ha venido a pagarnos los gastos de tinta por la ingente cantidad de tareas que reciben nuestros hijos, ni a darnos medios informáticos para los docentes para poder afrontar el teletrabajo) y no podemos levantarnos simplemente a trabajar, como si la rutina antes de la eclosión del COVID-19 se pudiera mantener. Hay que poner el desayuno a nuestros hijos, recoger, limpiar, hacer la comida (muchos de nuestros hijos comían diariamente en comedor, ahora se ha de hacer esta función, que requiere de tiempo), intentar crear una rutina, acompañar y estar presentes con los hijos, especialmente los más pequeños, que no comprenden bien esta incertidumbre y que son más dependientes de los adultos. También hemos de atender a la otra parte más vulnerable de la familia, los ancianos, a los que hay que hacerle los recados, llamarlos y escucharlos, pues son quienes más se resienten de su soledad.
Además, si se ha de salir a comprar (para nosotros o nuestros mayores) se pierde mucho más tiempo del habitual, hay que ayudar a las niños con su tarea escolar, estar pendiente de los correos, de Séneca, de Pasen, crear tarea para los alumnos, resolver sus dudas, hablar con los padres, corregir y, para colmo, rellenar continuamente papeles que justifiquen nuestro trabajo, para el que, paradójicamente (o no tanto, pues en la docencia actual esto es ya lo que importa: decir lo que se hace, en vez de hacer realmente), empleamos más tiempo que en nuestro trabajo en sí de docente. Pongamos un ejemplo muy sencillo: si un albañil, que ha de trabajar ocho horas diarias, tiene que hacer un informe justificando y explicando qué ha hecho durante la semana, o termina trabajando más horas de las acordadas, o trabaja menos horas construyendo, que es su función principal, para perderlas justificando su labor.
¿Para qué tanta fiscalización de aquello que realmente hacemos con nuestra mejor voluntad? Obviamente, porque la desconfianza hacia el profesorado es perpetua. ¿Por qué tenemos que trabajar a todas horas, fuera de nuestro teórico horario, ahora que incluso disponemos de menos tiempo de calidad para hacerlo? ¿Acaso los docentes no somos también padres y nuestros hijos no son alumnos? No hay tiempo, ni medios, ni preparación (no porque seamos dinosaurios o no queramos formarnos, como tanto gusta difamar a ciertos políticos o medios de comunicación, sino porque así la culpa nunca recae sobre las distintas administraciones); y, sencillamente, no los hay porque nuestro trabajo es PRESENCIAL. La Educación Infantil, Primaria (incluyendo a alumnos NEAE, de Aulas Específicas y Centros Específicos), Secundaria y postobligatoria (Ciclos Formativos y Bachillerato) está ideada para ser presencial. Entre otras cosas, porque nuestro alumnado es menor de edad; no tiene madurez, estrategias o capacidad suficientes para la docencia no presencial. Y no pueden quedarse en casa solos mientras los padres trabajan.  Sin embargo, parece no importar qué ocurre con los hijos de los docentes, abandonados a lo que puedan idear solos, sin nuestra supervisión, mientras sus padres profesores educan a los hijos de otros.
La comunidad educativa debe plantearse seriamente que este no es el camino. No pasa nada si dejamos que todo se normalice, sin más. Para las familias suponemos una carga añadida. Sí, una carga, no una ayuda. Los profesores comenzamos a ser odiados entre los padres (el objetivo  siempre fue que nosotros estuviésemos en el centro de la diana). Les sometemos a más estrés del que ya poseen. Los padres y los alumnos ya viven con demasiada angustia esta situación (falta de recursos económicos, enfermedad, aislamiento, incertidumbre, inseguridad, etc.) para que nosotros la acrecentemos con exigencias académicas para los que NINGUNO estábamos preparados: ni los profesores ni los alumnos, que están acostumbrados a la enseñanza presencial y no tienen madurez o recursos para aprender aún de esta manera (de hecho, la teleformación solo era aplicable a adultos hasta ahora).
No podemos tampoco hacer sentir a los padres culpables por no poder ayudar a sus hijos o no disponer tiempo o de medios (falta de ordenadores, de Internet, de recursos intelectuales…) ni someter a los adolescentes o niños a más presión de la que ya sufren por llevar un mes confinados, aislados de sus iguales, de su entorno y privados de la libertad de movimientos que requieren a esa edad. El desgaste emocional que sufren ya es más que suficiente. 
Y lo que les queda. Nos queda. Porque no se nos está hablando claro desde Consejería de Educación, de la que apenas hay directrices claras. Si no se va a volver a asistir a clase durante este curso académico (en las Universidades sí se está dando ya esa información), padres, alumnos y docentes tenemos derecho a conocer ya esa decisión. No sabemos qué circunstancia hay en cada casa como para añadir una presión académica que, además, no va a poder ser tenida en cuenta negativamente, pues ello no sería justo.  Ni siquiera tenemos la certeza (oficial y moral) de si debemos proseguir con el temario o solo reforzar lo ya dado.
Las necesidades de todos deben ser ahora otras. No podemos seguir trabajando desde casa -profesores y alumnos- como si todo fuese igual, pero desde casa, porque evidentemente no lo es. Porque nada en esta situación se puede considerar como normal. Y cuanto antes lo asumamos, mejor para el bienestar emocional de todos.
Por último, no debemos obviar que el objetivo primordial de la escuela pública es amortiguar la desigualdad social, no aumentarla. La situación actual no solo no lo hace, sino que la amplifica. Como mínimo, un 15% del alumnado no responde ni interactúa con este modo telemático de la escuela actual. En cambio, aquellos alumnos que dispongan de más y mejores medios informáticos, o de padres con mayor cualificación académica e intelectual, se verán beneficiados. Como siempre. Por tanto, la excusa de que esto se hace para que los más vulnerables no se queden atrás es una falacia. Al contrario, esta situación solo hará que, a la vuelta en septiembre (o cuando esta se produzca), la diferencia entre los alumnos afortunadamente más favorecidos y los más vulnerables se haya acrecentado.
Por tanto, creemos, como docentes y como padres, que se debe dar una resolución definitiva a esta situación que solo nos somete a un estrés innecesario en un contexto de máxima incertidumbre; que debemos conocer ya cuáles van a ser las decisiones que van a tomar las distintas administraciones y, a ser posible, escuchar la voz real de docentes y padres, no aquellas que aparecen en prensa o manifiestan los políticos hablando, supuestamente, en nuestro nombre: en el nombre del eslabón básico de la Educación, el profesorado, que una vez más es ninguneado e ignorado por Inspecciones, Delegaciones, Consejerías y Ministerio de Educación.

P.S.: Después de la comparecencia de la Ministra de Educación, queda claro que se va a promover la promoción de casi todo el alumnado, pero no en qué condiciones. No sabemos qué ocurrirá con la convocatoria extraordinaria de septiembre ni, por supuesto, si va a relajar la carga burocrática sobre el profesorado, al que la propia ministra apenas ha mencionado en una sola ocasión. Otra demostración fehaciente de que somos ninguneados por un sistema para el que somos invisibles, a pesar de que lo mantenemos en pie nosotros, desde casa o desde las aulas. Desde siempre.

Atentamente,

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